Con estas manitas...
01.05.10 - 00:35 - J. AGUADÉ | VALENCIA.
Un piso de Benimaclet sirve como escuela taller para la gente que quiere aprender a hacerse su propia ropa o el ajuar de su bebé
Historias de la ciudad. Esperanza enseña en su casa a coser y a reciclar ropa
Esperanza Peña tuvo que aprender a coser de muy joven. La razón es que su madre, que era una manitas..., le hacía toda la ropa y a ella, al final, terminó por «aburrirme», por lo que no le quedó otra que comenzar a coser para hacerse su propia ropa.
Lo que empezó siendo un acto de independencia estética ha devenido en una forma de vivir, en una manera de entender el entorno y de fomentar entre la gente una afición que reporta muchos beneficios.
Esperanza trabajó durante mucho tiempo para empresas de confección. Pero es de la gente a la que le gusta el contacto con los demás, a la que le motiva transmitir sus conocimientos y su forma de entender la vida. Así se ha decidido a abrir una escuela taller en su propia casa y los jueves y viernes recibe a sus alumnos-amigos.
Ahora tiene ya cuatro personas apuntadas a sus matinales ya que las clases se alargan desde antes de las diez hasta la una de la tarde. La buena acogida que han tenido sus cursos no se lo achaca a sus conocimientos, ni tan siquiera a su habilidad para transmitir conocimientos, ni a la pasión que pone en su trabajo. Ella piensa que ahora está de moda volver a sentirse útil para hacer trabajos manuales: «Hace unos cinco años fue un furor lo del yoga y el culto al cuerpo. Ahora parece que la gente se ha dado cuenta de que no sabemos hacer nada artesanalmente y se está volviendo a los trabajos manuales».
Esperanza tiene en su salón-taller a cuatro alumnos, tres chicas y un chico, Boni: «Mis amigos se reían de mí al principio, pero ahora al ver lo que hago y que les puedo hacer un regalo exclusivo con una madeja de lana ya no soy un bicho raro», dice mientras muestra su creación, unos pantalones negros que se ha hecho y eso que sólo lleva dos clases con Esperanza. Eso sí, dice que la sisa le tira mucho y que con ellos no puede hacer su otra afición: las artes marciales.
Para la profesora el secreto del éxito es que sus cursos no son plúmbeos: «Aquí desde el primer minuto se practica, se coge la aguja de coser y las tijeras y se hacen cosas». Y, además, cada uno tira por el camino que más le apetece... Por ejemplo, Boni ha terminado sus pantalones y ahora le está haciendo un regalo para su madre. María, que lleva seis clases, ya se ha atrevido a hacerse un costurero de 'patchwork', una especie de puzzle de telas. Y Marta, embarazada de siete meses, aprovecha la baja laboral para trabajar en el ajuar de su hija y se afana a terminar el cambiador que Esperanza le ha hecho previamente como referencia.
Además, la intención de la profesora no sólo es que sus alumnos aprendan a hacerse la orilla de un pantalón o a copiar la falda que mejor le sienta, como es el caso de Ana que está patroneando su prenda favorita para hacer una idéntica «es que me sienta muy bien» pero con una tela diferente es que sean más consecuentes con el mundo que les rodea.
Pero no sólo Esperanza quiere que la gente a la que adoctrina sepa de costura, punto, ganchillo etc... quiere que la mayor parte del material que utilicen en sus composiciones sea hecho con telas recicladas o desechadas. Esperanza tiene un filón en un hombre que le regala telas de empresas que las desprecian aunque también se aprovisiona en los mercadillos. Tanto empeño le ha puesto a eso del reciclaje y de la reutilización que ha delimitado su almacenaje: «Tengo una habitación en casa llena de telas y de cosas que quiero reciclar. Cuando la tengo llena ya no recojo nada más». Pero entre sus alumnos y ella pronto acaban con las existencias. Su casa es un compendio de artesanías. Tanto que hasta a la pantalla del ordenador le ha hecho una especie de cubre.